El dolor era parte de ella. No como un huésped invasivo, sino como una segunda piel. Aquella mañana, Nela abrió los ojos con el mismo peso en la espalda de siempre, pero algo más le dolía… algo que no venía de su cuerpo. Era su cumpleaños número veinte, aunque no sentía que estuviera celebrando nada.
El silencio en casa era espeso. Su madre no había dicho una palabra al verla en la cocina esa mañana, más que un frío “Felicidades” sin mirarla. Su padre, como siempre, parecía querer ayudar, pero no podía con el ambiente ni con los recuerdos. Solo su gata Luna se acurrucó junto a ella en el sofá como si pudiera percibir lo invisible. Nela estaba acostumbrada a no ser entendida. Pero hoy... hoy era diferente.
Pasó la mañana entera sintiéndose rara, como si su piel vibrara. Un picor ardiente en la parte baja de su omóplato izquierdo la obligó a ir al baño. Se quitó la camiseta con un gesto irritado y se giró hacia el espejo para mirarse por detrás con el móvil.
Se quedó sin aire.
Allí, justo en la piel, donde antes no había nada, una marca oscura comenzaba a formarse. No era un lunar ni un moratón. Era un escarabajo, perfecto, con alas abiertas y una especie de fuego sutil saliendo desde su centro. Y latía.
—¿Qué…? —susurró, tocándose sin comprender. El picor aumentó, luego cedió. El escarabajo se quedó ahí. Como si siempre hubiera estado.
Esa noche, no pudo dormir. Cerró los ojos y fue como entrar en otra dimensión. Un sueño, pero no un sueño cualquiera.
Estaba de pie en medio del desierto, bajo un cielo negro salpicado de estrellas imposibles. El viento caliente le acariciaba la piel, y frente a ella, una figura de luz dorada emergía entre las dunas. Su rostro era sereno, pero poderoso. No tenía edad, no tenía género, pero sus ojos… sus ojos eran como dos lunas en llamas.
—Has vuelto —dijo la figura con voz de eco antiguo—. El sello se ha despertado. Tu nombre verdadero debe regresar contigo.
—¿Quién eres? —preguntó Nela, o al menos creyó que lo hizo con la voz.
La figura sonrió y extendió una mano hacia ella.
—Tú ya lo sabes. Nela Serqet Khapri. Hija del fuego. Portadora del escarabajo. No eres de este tiempo.
Y entonces, todo ardió en luz. El desierto. El cielo. Su pecho.
Y despertó gritando, con las sábanas empapadas y los ojos cargados de lágrimas que no entendía.
La marca seguía ahí. Pero ahora sabía que no era una marca. Era un recuerdo.
Cuando el grito salió de su garganta, Nela se incorporó de golpe, jadeando. Tenía la piel empapada, el corazón a mil y una imagen fija ardiéndole en la cabeza: el escarabajo. El desierto. Esa figura. Ese nombre.
Nela Serqet Khapri. No lo había oído nunca en su vida. No salía en películas, ni en libros, ni en ningún rincón de su memoria… y, sin embargo, al oírlo en su sueño, su alma se había estremecido. Como si ese fuera su verdadero nombre. Como si todo lo demás fuera prestado.
Se levantó tambaleándose, fue hasta el escritorio y abrió su diario.
"Estoy perdiendo la cabeza", escribió. "¿Por qué siento que me estoy despertando de una vida que nunca viví?"
Se miró al espejo. Su reflejo devolvía a la misma chica de siempre: Nela De Luque, veinte años, nacida en Córdoba, estudiante, sensible hasta los huesos, agotada de no encontrar su sitio en el mundo. Pero había algo nuevo en sus ojos. Algo que no sabía nombrar. Como si otra parte de ella la estuviera observando desde el otro lado del espejo.
Volvió a mirar la marca. Seguía ahí. Firme. Oscura. Casi bonita.
No era un simple tatuaje. No era una mancha. Era un símbolo. Un sello. Un recuerdo encarnado.
—¿Qué me está pasando? —susurró.
Y en algún rincón de su mente, la voz dorada del sueño respondió con un susurro que la recorrió entera:
“Estás recordando quién fuiste… y quién volverás a ser.”
La mañana avanzaba lenta, con el cielo encapotado como si también él sintiera el peso que Nela llevaba dentro.
Salió al balcón a tomar aire. El barrio estaba en silencio, casi suspendido. Ni coches, ni gritos, ni niños en la plaza. Raro. Como si el tiempo se hubiera detenido solo para ella.
Entonces lo vio.
Posado en el balcón de enfrente, como si la esperara, un escarabajo negro con reflejos verdes y azules la observaba quieto. No era un bicho normal. Tenía una forma perfecta, casi demasiado perfecta. Brillaba como si lo hubieran pintado a mano.
Nela se quedó congelada. El insecto alzó lentamente sus alas y voló… no hacia otro lado, sino directamente hacia ella. No se apartó. Algo dentro de ella decía: “No tengas miedo”. El escarabajo se posó suavemente justo encima de la marca.
En el instante en que tocó su piel, un calor intenso le recorrió la espalda y la columna. Fue como un impulso eléctrico, una chispa que le encendió los huesos. Su visión se nubló por un segundo, pero no por miedo… sino por algo más profundo.
Una imagen fugaz: ella, en un templo. Vestida de lino blanco. Rodeada de fuego y agua. Y ese mismo escarabajo, tatuado en oro sobre su pecho.
Abrió los ojos. El escarabajo ya no estaba. Había desaparecido sin dejar rastro.
Pero algo sí había cambiado.
La marca en su espalda ahora tenía una pequeña línea dorada en el centro, que antes no estaba. Como si se hubiera activado.
No entendía nada. Pero por primera vez en años, sentía algo. Y no era tristeza. No era soledad. Era algo salvaje, antiguo… Era poder.
Nela seguía desconcertada. Pero su vida continuaba, y, nadie iba a sacarse la carrera de psicología por ella. Pero no podía parar de pensar en la marca.
—Un escarabajo… ¿Esto es en serio Universo? ¿Y lo que he visto? ¿Qué coño era eso? ¿Y las visiones?— Le rondaban una y otra vez las mismas preguntas.
Tenía que hacer algo.
Nela era una chica curiosa.
Y algo la estaba llamando muy claramente…
Un relato con mucha fuerza, espero que haya continuación. Me ha encantado.
😳Quiero saber más.