Cara a cara con lo salvaje
No es un tigre.
Es su sombra más antigua,
la fuerza que guardó en lo más hondo
cuando la hicieron callar,
cuando le enseñaron a temer su propia llama.
Está frente a ella.
Majestuoso. Silencioso.
El rugido no viene de su boca,
sino de dentro de su pecho.
Ella no huye.
Ya no.
Mira al tigre a los ojos
y se reconoce:
la niña que sentía demasiado,
la mujer que aprendió a sostenerlo todo,
la bruja que ha recordado su poder.
Él no la amenaza.
La honra.
Porque ha vuelto al centro del bosque
para mirarse a sí misma
sin miedo.
Una danza silenciosa:
pupilas abiertas,
espíritu despierto.
No se trata de dominar al tigre, sino de recordarse que siempre fue ella.